La forma más habitual de llegar a Las Vegas es volando al aeropuerto internacional McCarran y nada más desembarcar ya se es consciente de que se ha llegado a un lugar distinto. Las tiendas de duty free de cualquier otro aeropuerto, aquí se sustituyen por máquinas tragaperras. Al llegar sorprenden, pero al tomar el vuelo de regreso, son ideal para probar suerte por última vez con las poco que os quedará en los bolsillos.
No obstante es mucho más impactante llegar a la ciudad por carretera, atravesando el territorio desértico del estado de Nevada. El contraste entre la aridez y la llegada a la urbanización no puede ser más brutal e incomprensible. Siempre provoca perplejidad.
El mejor modo de saber cómo surgió de la nada y cómo se desarrolló es viendo cine. Para preparar el viaje hay que ver dos grandísimas películas: Casino y El Padrino II (The Godfather. Part II). O sea, dos pelis de gangsters. Sí, porque la historia de Las Vegas está íntimamente ligada con la mafia y la corrupción. No podía ser de otro modo en un lugar cuyo sobrenombre es Sin City, la Ciudad del Pecado.
De ese ambiente viciado nos dan un panorama producciones como Leaving Las Vegas, Proposición Indecente (Indecent Proposal), Showgirls o la famosa serie de televisión: C.S.I. Las Vegas. Sin embargo, no hay que pensar que sea un destino únicamente para depravados.
Está claro que paseando por el Strip, la avenida más famosa de la ciudad, repleta de casinos y salas de espectáculos, todo parece invitar al desfase. E incluso no es difícil ver personas en un estado de alegría y ebriedad similar al de los protagonistas de Resacón en Las Vegas (The hangover), ya que nos encontramos en el lugar predilecto de Estados Unidos para celebrar fiestas de todo tipo, porque ya se sabe que los que “lo que pasa en Las Vegas, se queda en Las Vegas”.
Pero repetimos. No hace falta ser jugador empedernido, ni adicto al sexo, ni bebedor compulsivo para hacer este viaje. Las Vegas es el mayor parque de atracciones para adultos del mundo y hay infinidad de cosas para divertirse.
Para empezar en los grandes casinos, además de jugar alguna partida de póker o black jack, tenemos centros de ocio de primer orden. De hecho, dentro de los míticos hoteles-casinos del Mirage, el Flamingo, el Mandala Bay o el Bellagio tenemos verdaderos parques de atracciones.
En su interior, paseando entre las salas donde jugar a la ruleta rusa y las tiendas donde comprar la ropa de los diseñadores más cotizados, podemos perdernos por un jardín donde viven tigres y leones, o contemplar un acuario con un barco hundido que sirve de refugio a tiburones. O incluso es posible hacer vertiginosos descensos en una montaña rusa. Y todo ello sin salir del hotel.
El exceso y lo estrafalario rigen en Las Vegas. Y si no, que se puede pensar de navegar en góndola dentro del hotel Bellagio. Uno necesita respirar tras tanto oropel, y sale a la calle para contemplar las míticas fuentes de agua que precisamente ofrecen su espectáculo acuático musical frente a ese mítico establecimiento.
Es en ese momento cuando a cualquiera le gustaría ser uno de los personajes del film Ocean’s Eleven para robarles un buen fajo de dólares, o mejor una bolsa repleta de billetes, a los dueños de esos casinos. ¿Qué falta les hace a ellos y cuánta a nosotros?
Más aún aquí, donde todo se basa en el money, money. Todo tiene un precio y no solo jugando uno puede gastarse cantidades ingentes de dinero. También son muy caros algunos de los espectáculos programados en Las Vegas. Aquí siempre hay oferta importantes musicales, obras teatrales o conciertos de estrellas internacionales de la música. Algo que ocurre desde hace décadas.
Son míticos los conciertos dieron dos de los tipos más grandes de la historia de la música: Frank Sinatra y Elvis Presley, ambos en la práctica hijos adoptivos de la ciudad.
Hemos nombrado la película Ocean’s Eleven en la que actúan unos divertidos Georges Clooney y Brad Pitt que nos enseñan los secretos de un casino. Sin embargo, esa trama está inspirada en una producción de 1960 más sórdida y titulada La cuadrilla de los Once, protagonizada por Frank Sinatra y sus compañeros de conciertos y juergas de la Rat Pack.
Esos mismos artistas, como Dean Martin o Sammy Davis Jr., al igual que el propio Sinatra, siempre fueron sospechosos de estar ligados con la mafia que gobernaba por aquel entonces la ciudad, y está comprobado que tenían acciones en distintos hoteles de Las Vegas. Pero más allá de esos vínculos delictivos del artista, lo cierto es que La Voz hizo aquí conciertos memorables. Y en su recuerdo cualquier día del año hay espectáculos que lo recuerdan con actuaciones de crooners que cantan sus canciones.
Pero si hablamos de imitaciones en Las Vegas, entonces hay que hablar de Elvis. Hay gente con su disfraz por las calles, los hay cantando sobre un escenario, los hay casándose en las muchas capillas de la ciudad, los hay jugando en las mesas de los casinos. Y hasta se reúnen regularmente cientos de imitadores de Elvis para ver quién lo hace mejor, como reflejan Kurt Russell y Kevin Costner en Los reyes del crimen (3.000 Miles to Graceland).
Puede ser que tú mismo sueñes con vestirte de lentejuelas, ponerte tupé y canturrear los éxitos del Rey. Y desde luego si hay un lugar en el mundo donde eso es posible, es aquí. Él mismo nos lo dice en uno de sus grandes éxitos cinematográficos de 1964 y que tiene por título el de la canción que escucharás cientos de veces al día durante la estancia en la ciudad: ¡¡Viva Las Vegas!!